Ucrania no se deja intimidar: celebra su independencia tras seis meses de invasión rusa

2022-09-09 18:21:52 By : Ms. Candy Shi

PHOTO/ Servicio de Prensa de la Presidencia de Ucrania vía REUTERS  -   El presidente de Ucrania, Volodymyr Zelenskiy, y su esposa Olena depositan flores en el Muro de la Memoria de los Defensores Caídos de Ucrania, en medio del ataque de Rusia a Ucrania, durante la celebración del Día de la Independencia en Kiev, Ucrania, el 24 de agosto de 2022

El 24 de agosto es un día señalado en el calendario de Ucrania. Un día como hoy, pero hace 31 años, la exrepública soviética declaró su independencia en los estertores de la URSS. Comenzaba un nuevo camino en solitario cuya continuidad sería desafiada por Vladímir Putin tres décadas después. La invasión a gran escala esbozada por el presidente ruso, anticipada por la precisa inteligencia estadounidense pero puesta en cuestión por sus aliados occidentales, e incluso por el Gobierno de Kiev, buscaba someter al país, regresarlo a la fuerza a la “madre Rusia”. Nadie fue capaz de comprender entonces la lógica del Kremlin. Y pocos lo hacen ahora.

El Día de Independencia de Ucrania coincide con la jornada en que se cumplen seis meses desde el inicio de la invasión, medio año en guerra con un invasor que no da su brazo a torcer, impasible ante las bajas propias y ajenas, y ante las denuncias de una comunidad internacional en estado de descomposición. Nadie esquiva los estragos del conflicto. Aunque ello no ha sido impedimento para que los ucranianos celebren con cautela. Hace escasas semanas, casi nadie apostaba por la resistencia; ahora es Ucrania quien se envalentona y dobla la apuesta. Ya no quieren resistir, sino ganar.

El presidente ucraniano Volodímir Zelenski dejó claro que la guerra “empezó con Crimea [tras la anexión ilegal de la Península en 2014] y terminará con Crimea liberada de la ocupación rusa”. El Ejército ucraniano acelera desde hace semanas una contraofensiva en el este del país que no termina de coger impulso ante la artillería rusa. Las expectativas son altas, pero la realidad sobre el terreno y las derivadas que puede traer consigo la invasión de cara al próximo invierno rebajan las probabilidades de éxito. El escenario puede revertirse en cualquier momento. 

El excómico reconvertido en hombre de Estado ha conmemorado este miércoles el 31 aniversario de la independencia de Ucrania junto a su mujer, Olena Zelenska, en un acto de perfil bajo celebrado en Kiev, tímido pero solemne. La ciudad está bajo amenaza y las alarmas antiaéreas siguen reverberando. Esta vez no habrá desfiles ni grandes concentraciones. Poco importa de cara a la galería porque la invasión de Putin ha supuesto un revulsivo para la identidad ucraniana, más leña para el fuego nacionalista. Y es que Ucrania perfila su conciencia nacional a base de golpes rusos. 

En este tiempo, Ucrania se ha convertido en un erial. Al menos 5.000 civiles han muerto, unos 10.000 soldados ucranianos han perdido la vida y otros 15.000 efectivos rusos también habrían perecido durante los combates, según las estimaciones de Naciones Unidas, entre los cuales se cuentan una docena de generales. El Kremlin no ha dado cifras; Ucrania las ha inflado. A todo esto, se suman los 10 millones de personas que decidieron cruzar la frontera y dejar atrás su país. Pero ¿qué más ha ocurrido en estos primeros seis meses? 

El contingente de 100.000 hombres concentrado en la frontera con Ucrania recibió la orden de atacar en la madrugada del 24 de febrero. El Ejército ruso bombardeó primero los enclaves estratégicos ucranianos para dejarlos inoperativos y lanzó después una serie de ofensivas por los frentes este, a través del Donbás; norte, atravesando Bielorrusia; y sur, ascendiendo desde la península ocupada de Crimea. El objetivo era encapsular a las fuerzas ucranianas y derrocar al Gobierno de Kiev. La vida de Zelenski corría serio peligro, pero este decidió quedarse haciendo oídos sordos a las advertencias. 

Contra todo pronóstico, el Ejército ucraniano resistió a las acometidas de su adversario. Fortalecido por la asistencia armamentística occidental, las tropas de Zelenski hicieron una demostración de fuerza y repelieron el plan inicial de Putin, cuyo operativo hizo aguas a nivel logístico y militar. En las primeras semanas de guerra, solo la ciudad sureña de Jersón cayó en manos rusas. El resto se mantuvo firme. Los tímidos avances sobre la región de Kiev pronto se estancaron y el letargo propició un giro de 180 grados en la hoja de ruta del Kremlin. A partir de abril, el Estado Mayor ruso concentró a sus fuerzas en el este, con el Donbás en el punto de mira. 

Desde entonces, el conflicto se ha transformado en una guerra de trincheras que recuerda a la Primera Guerra Mundial. Las zanjas proliferan a lo largo de los 2.400 kilómetros por los que se extiende la línea del frente. No parece haber una salida clara, porque ninguno parece contar con ventaja y mucho menos se plantea un receso. Mientras Kiev sueña con una expulsión completa de las tropas rusas, Moscú lo hace con tomar definitivamente el este del país. 

Putin espera que la ayuda económica y militar occidental llegue a su fin como consecuencia de la crisis energética, y Zelenski hace lo propio porque las sanciones occidentales detengan la maquinaria bélica rusa. La intención de ambos líderes es la de llegar a una hipotética mesa de negociación en una situación de fuerza o, como mínimo, menos desesperada que su interlocutor. La propensión al diálogo, eso sí, es inexistente. Nadie quiere sentarse con el otro. 

La reorganización de fuerzas del Kremlin significó un punto de inflexión en la guerra, quizá el más destacado hasta la fecha. Si Rusia hubiera mantenido sus planes maximalistas probablemente no habría tardado en colapsar. Pero en todo este tiempo se han sucedido una serie de acontecimientos que han marcado inexorablemente el devenir del conflicto. Empezando por las primeras conversaciones de paz en Estambul entre los ministros de Exteriores ruso y ucraniano, Serguéi Lavrov y Dimitro Kuleba, que finalizaron abruptamente tras la revelación de las masacres de Bucha, Irpin y Borodianka. Allí, las fuerzas rusas cometieron atrocidades calificadas como crímenes de guerra. La paz en esas condiciones era imposible. 

El mismo mes de abril, las tropas ucranianas infligieron una humillación a Rusia con el hundimiento del Moskva, el buque insignia de las Fuerzas Armadas rusas en aguas del mar Negro, y con la recuperación de la Isla de las Serpientes. Después, los bandos se sumieron en una espiral de prolongados enfrentamientos en numerosos enclaves, desde la ciudad de Sievierodonetsk, en el óblast de Lugansk, hasta la acería de Azovstal, donde las fuerzas ucranianas fueron sometidas a un brutal asedio, pasando por la ciudad portuaria de Mariúpol, que quedó reducida a cenizas. Las condiciones eran infernales. 

Todas las miradas se posan ahora sobre la central nuclear de Zaporiyia, próxima a la ciudad sureña de Energodar, a orillas del río Dniéper que parte Ucrania en dos. En marzo, las fuerzas rusas tomaron las instalaciones, que albergan seis de los quince reactores nucleares que tiene el país y que generan aproximadamente la mitad de su electricidad. Los combates se recrudecen ante los intentos de la ONU de establecer un alto el fuego y una zona desmilitarizada. Existe una posibilidad de que estalle un desastre nuclear. 

El horizonte no es nada halagüeño. A pesar de la reciente conquista diplomática de la ONU y Turquía con el desbloqueo de los puertos ucranianos en el mar Negro y la posterior reanudación de las exportaciones de grano, es improbable que las partes vuelvan a ponerse de acuerdo en algo. Cada una, a su forma, va adoptando una postura menos conciliadora o proclive al diálogo. Con Kiev agitado sobre el terreno y Rusia galvanizada tras el atentado con bomba que acabó con la vida de la periodista y politóloga Daria Dúgina, hija del controversial Alexander Dugin, una figura próxima a los cenáculos de la intelligentsia rusa, la distensión parece una quimera. 

Para líderes mediterráneos y atlánticos, quiere ser el puente de comunicación, información y entendimiento entre culturas.