Seguro que en más de una ocasión has escuchado esa expresión que dice que algo "es mejor que tener pan congelado", y es que poco se habla de la comodidad de abrir el congelador y tener siempre un trozo de pan disponible para hacer tostadas, para pringar en tu plato o para empujar.
Pero para congelar -y descongelar- pan de la forma correcta hay que tener algunas cosas en cuenta. Lo primero es la manera de congelarlo, y es que debemos buscar el modo de evitar que el pan coja los olores del congelador. ¿Lo más fácil para conseguirlo? Aislar el pan.
Lo más cómodo -por espacio y por consumo- es congelar el pan en porciones, ya que si pretendes encajar la barra entera en el congelador vas a tener que jugar al tetris más de la cuenta y después descongelarlo y consumirlo todo de un golpe.
Una vez tengamos las porciones de pan divididas, debemos envolverlas en papel film o meterlo en bolsas de plástico. Pero nunca en papel de aluminio.
Según para qué cosas, el papel de aluminio se puede convertir en tu mejor aliado, pero si vamos a meterlo en el congelador mejor evitarlo, ya que puede terminar liberando algunos de sus componentes y contaminando la comida de alrededor.
Aunque esté congelado -y bien congelado evitado el papel de aluminio-, lo ideal es consumirlo antes de que pasen tres meses, ya que si lo dejamos más tiempo terminará perdiendo sus propiedades.
Como todos los ingredientes, el pan también cambia su sabor y su textura después de pasar por el congelador, por lo que el proceso de descongelación es clave para recuperar su aspecto y sabor original.
Para que nuestra pieza de pan recupere su textura y crujiente original, lo ideal es pasarlo por el horno y poder así disfrutarlo calentito, como recién hecho.
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